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6/7/17

La Carolina, doscientos cincuenta años antes

El 5 de julio, La Carolina y el resto de localidades que conforman las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena cumplen doscientos cincuenta años. Es un cuarto de milenio, una cifra redonda que rememora una de la realidades más importantes del reinado de Carlos III. Dos de los hombres más capacitados para la política en la historia de España se pusieron al frente de aquella idea: Pedro Rodríguez de Campomanes, entonces fiscal del Consejo de Castilla, y el criollo Pablo de Olavide y Jáuregui que tras sus éxitos en los hospicios de Madrid y San Fernando fue nombrado superintendente y a quien el rey ilustrado le confió plenos poderes.

-Acude a El Pardo a besar la mano del amo. Jura el cargo y prepara el viaje hacia Andalucía -le ordenó Campomanes en junio de 1767.

Luego en palacio, Olavide escuchó al rey decir:

-Sepa don Pablo que yo anduve por esas tierras cuando tenía trece años y el rey Felipe, que Dios guarde en su gloria, nos llevó a la familia real hasta Sevilla. Recuerdo que paramos en el poblacho de El Viso y que yo tenía un ama de Jaén que por la noche nos contaba historia de misterio que habían acontecido en aquellos montes de Sierra Morena. Aquello es un desierto de modo que tenga presente siempre mi orden: Cuide de crear allí las poblaciones más prósperas de mi reino.

Semanas después, la tarde del 5 de julio de 1767, el rey firmó en compañía de sus ministros la Real Cédula de las Nuevas Poblaciones, y con ella el Fuero que había de regir el gobierno y el día a día de las nuevas colonias. Para agosto de aquel año el mercenario Thürriegel, al que Madrid le había confiado el reclutamiento de seis mil colonos alemanes y flamencos, todos católicos, ya había convencido en Baviera a buena parte de ellos que se encaminaban a embarcar en Setè, antes de llegar hasta las cajas de Almería, Málaga y Sanlúcar. Olavide dictó en aquellas fechas, camino de Sevilla, que la población principal quedara establecida alrededor del convento carmelita de La Peñuela, donde mucho tiempo atrás había orado y escrito el santo Juan de la Cruz.

Llegó septiembre y con él los primeros colonos. El invierno cayó sobre aquel páramo con un frío que mató de enfermedad a decenas de pioneros. Los padres fundadores que quedaron vivos, dirigidos por Miguel de Jijón que había quedado como gobernador en ausencia de Olavide, se apresuraron terminada la estación a desmochar la tierra, desbrozar aquella selva y levantar las primeras casas siguiendo el patrón geométrico de las suertes que había correspondido por sorteo a cada uno de ellos.

Unos años después, cuando ya Olavide residía en La Peñuela y en reconocimiento al rey la hizo llamar La Carolina, escribió una larga carta al ministro de hacienda Miguel de Múzquiz donde reconocía que el esfuerzo había merecido la pena: Todo viajero que hasta aquí llega abandona la ciudad convencido de que no hay en España localidad más próspera, rica y determinada al progreso como esta cuyas calles rectas y disciplinadas y plazas trazadas a cordel son envidia de una vecindad que recela de los privilegios de estos alemanes de los que yo soy hijo y que durante un corto periodo de nuestra historia creyó que la felicidad era posible.

Fuente e imagen: El Mundo

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