Interesantísimo artículo para esta semana.
Discriminar para llegar a la igualdad de género.
Hace ya más de una década un Macho Alfa llamado José Luís Rodríguez Zapatero decidió que las mujeres eran inferiores a los hombres, y que por lo tanto había que aprobar una ley que discriminara a estos para la consecución de una política de supuesta igualdad.
Como el argumento de discriminar para llegar a la igualdad no se lo tragaba nadie, le pusieron apellido: “discriminación positiva”, y a correr.
Luego regaron con abundante dinero público a una serie de asociaciones para que hicieran de Laica Inquisición, y a cualquiera que se saliese del pensamiento único lo lincharan en la plaza del pueblo.
Son malos tiempos para la incorrección política.
El fracaso de la LIVG
Más allá de opiniones personales, una ley debería ser valorada por su eficacia a la hora de resolver el problema para el que fue aprobada, y es en este punto donde el fracaso de la LIVG admite pocas dudas.
Entró en vigor en el 2005, y al año siguiente el número de mujeres muertas por violencia de género aumentó, al siguiente volvió a aumentar, y en 2008 llegó a una cifra record que todavía no ha sido superada.
Desde entonces, el número de víctimas fluctúa sin que la citada ley haya tenido ninguna incidencia en la evitación de los trágicos finales.
Está claro: la ley no se hizo pensando en las mujeres maltratadas, se hizo pensando en los políticos y en el rédito que le pudieran sacar.
Injusticia con otra injusticia
Luego está la otra cara de la moneda: hay que ser bastante estúpido para creer que se puede acabar con una injusticia generando otra injusticia, y es ahí donde los hombres se han llevado la peor parte.
Todo el consenso socialdemócrata/populista de tertulianos, políticos, periodistas y lobbies varios se agarran a una cifra para desmentir la discriminación: menos del 1% de las denuncias son falsas.
Este dato sesgado sólo se puede dar por absoluta ignorancia o por absoluta maldad.
Los datos reales sobre la LIVG
La realidad es que menos del 30% de las decenas de miles de denuncias que se realizan en un año acaban en condena.
El 70% restante acaban desestimadas, archivadas o con sentencias absolutorias.
Los datos son escalofriantes.
Por coger una serie de tres años al azar y con datos del CGPJ:
Año 2013: 124.894 denuncias- 28.275 sentencias condenatorias/18.869 absolutorias.
Año 2014: 126.742 denuncias- 28.365 sentencias condenatorias/17.948 absolutorias.
Año 2015: 129.123 denuncias- 28.870 sentencias condenatorias/17.205 absolutorias.
¿Por qué entonces si más de la mitad de las denuncias no llegan ni a juicio, y de las que llegan aproximadamente 1 de cada 3 acaban en absolución, el número de condenas por denuncia falsa no llega al 1%?
Simple: la dictadura de la corrección política hace que muy pocos jueces se atrevan a jugarse su carrera imputando por denuncia falsa a una mujer después de que su pareja haya salido absuelta en juicio.
Más de 15.000 hombres con sentencias favorables todos los años, 15.000 padres que no han cometido ningún delito y se ven señalados en su entorno familiar, en sus barrios, en los colegios de sus hijos.
Hombres a los que se les impone medidas de alejamiento del hogar que implican dejar de ver crecer a sus mejores tesoros, y pasar a disfrutarlos un fin de semana de cada dos, sus propios hijos, siendo inocentes…dan ganas de suicidarse sólo de pensarlo.
Hay que decir, en honor a la verdad, que en un sistema tan garantista como el español no todos los absueltos son inocentes, a algunos no se les pudo probar la culpabilidad, no obstante la cifra es tan alta que no hay duda de que al menos “miles” sí lo son.
La brutal realidad de la violencia de género
Hay otra realidad brutal: más de la mitad de las mujeres muertas a manos de sus parejas o ex parejas no habían puesto denuncia, es decir, jamás llegaron a estar si quiera bajo el amparo de esta ley, lo que nos debería llevar a reflexionar sobre otras vías de solución de esta lacra más allá de leyes estrella para que los políticos tengan su conciencia tranquila y su campaña de imagen hecha.
Desde una perspectiva profesional, llevo más de una década en los Grupos Operativos de Respuesta de la Policía Nacional en el sur de Madrid, es decir: soy el policía que acude ante la llamada de un ciudadano que ha oído a su vecina gritar y pedir socorro.
He quitado cuchillos del cuello de una mujer, y detenido a hombres dos minutos después de intentar tirar a su pareja por el balcón.
Son centenares los avisos al 091 o el 112 que he atendido en relación a este tema, y puedo decir sin miedo a la descalificación del pensamiento único imperante que la opinión generalizada entre los policías es que la ley es mala e injusta, y que la opinión entre las mujeres policías es exactamente la misma.
Fuente e imagen: El Club de los Viernes
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