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20/12/16

'El Pasadizo' microrrelato de terror basado en la leyenda de La Carolina.

El pasado mes de Noviembre, convertimos la leyenda del 'Pasadizo al Castillo' en un microrrelato de terror para el concurso realizado por el ayuntamiento. Aquí dejamos el mismo, esta vez, pasado a vídeo y, tras el salto, por escrito.


Corrían junto con aquel calor agobiante que los había acompañado desde la bajada al pasadizo. 

Un pozo escondido y una escalera hecha con una soga habían sido el comienzo de algo ilusionante. Una hora después, una pared a ninguna parte y esas dos brasas que los miraron desde lo alto en la oscuridad, habían convertido esa ilusión en pánico y prisa. Prisa por salir de aquel pasaje con una velocidad inhumana que da un instinto de supervivencia que vuelve las piernas incansables, el cuerpo de hierro, la mente sagaz. Los dos compañeros de aventura eran ahora uno solo; mismo propósito, mismas miradas atrás y un mismo silencio grave que les rugía en los corazones, “no puedes parar”.

Un tropiezo y cae el más joven. El profesor pregunta en un grito, sin parar su marcha. El caído levanta, sin tiempo de respuesta o explicaciones, apremia salir, salir cuanto antes y el sonido que los sigue lo sabe; sabe que corren, sabe que lo temen, cazador y presas, todos saben.

La leyenda del pasadizo al castillo que los había ilusionado durante dos meses, que los había premiado aparentemente esa misma mañana al encontrar el pozo descrito en aquellos viejos papeles, ya no era tal, ahora huían de ella. Escapaban del mito en el que se había transformado aquella leyenda, mito reconocido a la tenue luz de las linternas al mirar hacia arriba en aquel final del camino, mito grotesco y espeluznante, mito que hubiese parecido solamente animal horrible si no fuese por aquellas candelas fijas en ellos que le otorgaban ese intelecto que los había acobardado, que los había hecho temer por sus vidas.

Aire fresco perciben ahora. Llega el primero e inicia el ascenso. El profesor es mayor en edad, nadie lo diría, diez metros de soga en subida ya no parecen nada. Llega el segundo, trepa también. Solo medio minuto de retraso del joven, la vida en una subida que ya no parece nada.

Un, dos, un, dos, subida fulgurante, roce de nudillos en la roca. Un, dos, un, dos, subida apremiante, tropezón y agarre de nuevo a la soga. Un, dos, un, dos, un aleteo y la muerte asoma. 

Gritos de agonía y chirridos bajo el cielo crepuscular. Una mirada rápida del viejo a lo hondo confirma su sospecha funesta. Que el socorro no fue nunca una opción, que solo quedaba solucionar un problema: terminar de cortar el último trozo de soga que queda. 

Días han pasado y al calor del hogar el profesor medita y teme. Medita sobre el compañero al que sentenció con un destino fatal cortando una cuerda. Teme por aquello de abajo, ese mito encarnado en el que se convirtió la leyenda al pasadizo, el mito hecho realidad en cuerpo, razón y deseo. Deseo de alimentarse otra vez, como reflejaran los relatos de antaño. Deseo que conocieron cuando aquellas brasas malignas los persiguieron en el pasadizo.

Una nueva noche, encuentra al profesor sudando de pavor. Ha soñado otra vez con aquellas esferas rojas que lo miran. Sueña con arrastrase entre la hierba, sueña bajar a un agujero y reconocer el tacto de una chaqueta. Ha soñado volver a oler el moho y ha soñado otra vez, que ve sin poder ver. Pero esta noche su pavor no es frío, es húmedo, agobiante. Esta, no era una noche más, se dijo. No era una noche de aquellas en las que encendía una luz que hoy no encontraba.  Esa noche encontró un chirrido y, junto a éste, dos fuegos ígneos que se acercaban. Esa era una noche en la que el miedo recorrió sus piernas. Esa era una noche con un fuerte dolor de tórax. Una noche de crujir de huesos. Una noche en la que la vida se escapa. 


De A. González para este blog.

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