El castillo de la localidad de Andújar, desparecido desde 1932, ocupaba una gran extensión, con cuatro torres, foso y contrafoso. En el año 1605, el rey Felipe III lo entregó a Alonso Serrano Piédrola y fue nombrado alcaide perpetuo de la fortaleza.
Colindante con la fortaleza vivía una familia noble que cuando cumplió su hijo los quince años de edad tuvo que plantearse la necesidad de labrarse un porvenir, como convenía a su alta alcurnia. El muchacho, dotado de notables cualidades de valor, fortaleza de cuerpo y espíritu, eligió la carrera de las armas y marchó a Sevilla provisto de buena bolsa y cartas de recomendación.
En la lonja de contratación de personal para los virreinatos de América se alistó y partió para el Perú. Presentado al virrey, y entrado al servicio directo del mismo, pronto se granjeó su simpatía y confianza personal, hasta el punto de participar en todas las misiones más graves y peligrosas.
Llegó don Martín de Valenzuela, que así se llamaba, a su pueblo natal, con el grado de capitán del ejército, poderoso y encumbrado.
Había en Andújar una bella y virtuosa joven, no menos rica en bienes de abolengo y oro, a la que puso cerco el capitán, que se encontró con la oposición de los padres de la chica.
Una noche pasaba don Martín de Valenzuela cerca del palacio de su amada. Al momento creyó ver a un apuesto galán que ganaba los favores de su chica. Avanzó cauteloso y la sospecha se convirtió en realidad. Ciego de ira le cruzó el rostro con un guante y se batieron en duelo.
El capitán limpió la sangre de su espada en las ropas del ya difunto y, a la vez, murmuró: '¡Me he vengado! ¡Juré que sería mía o de nadie!'
Al día siguiente, doblaron fúnebres las campanas en el entierro de la víctima. Nadie se explicó cómo pudo ser asesinado el que el día anterior llegó de Flandes, alegre y esperanzado, para concertar su feliz enlace matrimonial con su amada. Y en cuanto a ella, transida de dolor, decidió que sería esposa de Cristo en un convento.
Pasaron algunos años y un notable cambio de conducta se observó en la vida y costumbres del capitán Valenzuela. Todos los sábados, por la tarde, marchaba por las calles de Andújar, al frente de los soldados de su compañía, para asistir a la sabatina que, por su encargo, cantaban en el convento de las Trinitarias, que él mismo mandó construir, dedicado a la Gloriosa y Pura Concepción de María.
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