Volví a ver el otro día 'Match Point', la película de Woody Allen. El protagonista es un profesor de tenis que empieza a quedar con la hermana de uno de sus alumnos. El profesor y la joven toman café y van a exposiciones, se hacen amigos. Un día, mientras ven una película en el cine, ella le pregunta si necesita dinero. “No, qué va”, dice él. “Eres un encanto interesándote, pero no”. “Te lo pregunto porque me importas”, dice ella. Ambos se miran fijamente durante unos segundos, y él la besa. “¿Prefieres ir a tu casa o a la mía?”, pregunta ella.
Semanas antes el profesor de tenis visitó la mansión familiar de su alumno y conoció a Nola, aunque sin saber que era la novia de su alumno. Ella estaba jugando al ping-pong en una sala de recreo y él se ofrece como contrincante. Enseguida se gustan. El profesor de tenis se toma la libertad de acercarse a Nola y enseñarle cómo coger la paleta de ping-pong. Luego le pregunta: “¿Qué hace una preciosa americanita jugadora de ping pon mezclada con la clase alta inglesa?” Y ella contesta: “¿Te han dicho que tienes un juego muy agresivo?”. “¿Te han dicho que tienes una boca muy sensual?” “De lo más agresivo”, insiste ella. “Lo mío es competir. ¿Resulto molesto?” “Tendré que meditarlo un rato.”
Finalmente, en una casa solariega, el protagonista la pifia. Sale en busca de Nola, que vaga bajo la lluvia por una carretera. “Te estaba buscando”, dice él. “Estaba angustiada. Quería estar sola.” “No quiero molestar.” “Necesito una copa”, dice Nola. “Me gusta cuando bebes. Te vuelves coqueta.” “¿En serio?” “Sí.” “No has hecho bien siguiéndome hasta aquí.” “¿Te sientes culpable?” “¿Y tú?”, replica ella. Entonces se besan.
“No podemos hacer esto”, dice ella. “Ya lo sé”. Y vuelven a besarse. “Esto no lleva a ninguna parte”, insiste ella. Y ambos se tumban sobre la tierra húmeda.
Consentimiento
Vale que es una película, y vale que los dos protagonistas de este amor inoportuno son guapísimos, pero no creo que nadie vea en estas escenas un retrato irreal de las cosas del sexo.
Después del anuncio por parte de Carmen Calvo de que será preciso el consentimiento expreso de la mujer para que una relación sexual no pueda considerarse violación, vi estas escenas con otros ojos. Con los ojos de Carmen Calvo, de hecho.
En el primer encuentro amoroso, entre el profesor de tenis y la hermana de su alumno, no hay nada que pueda ser entendido como consentimiento expreso. Él se lanza a besarla cuando ella le ha dicho que le importa. ¿Acaso decirle a alguien que te importa le da derecho a besarte? Ella no se resiste, pero tampoco dice que sí. Además, le pregunta: ¿prefieres ir a tu casa o a la mía? Ella puede querer ir a una casa u otra a seguir besándose, pero también a continuar con su charla o a ver la tele. La pregunta no explicita que quiera tener sexo con él.
En el primer encuentro entre Nola y el profesor, él le lanza varios piropos, “preciosa americanita”, “tienes unos labios muy sensuales”, dejando claro que ella le gusta mucho. Nola no parece molesta, da réplicas sagaces y ambiguas. Más adelante, cuando ya ambos son novios de dos hermanos millonarios, ella pone una primera carta boca arriba: “(La pifiarás) intentando ligar conmigo”.
Finalmente, cuando se besan, ella dice de hecho que no: “No podemos hacer esto” y “Esto no lleva a ninguna parte”. Él está de acuerdo, reconoce sentirse culpable, y sin embargo siguen adelante con algo que sus propias palabras, tanto las de él como las de ella, señalan como inapropiado.
Literal
Después de ver esta película, me puse a pensar si existía alguna escena de beso y coito subsiguiente en toda la historia del cine donde alguien le pregunte al otro a)si puede besarle y b)si quiere mantener relaciones sexuales con él. Sólo me acordé de una, justamente de Woody Allen. Es en 'Annie Hall'. La primera noche, Alvy Singer le dice a Annie: “Dame un beso. Luego iremos a casa, ¿no? Así que ahora nos besamos y acabamos con eso”.
Pero en el cine se besa casi siempre por las bravas porque, simplemente, es más bonito; más erótico. Más romántico, si quieren. Si nos gustan estas escenas es porque querríamos que nuestra vida también fuera así; de hecho, porque nuestra vida ha sido así algunas veces.
Tanto en el cine como en la vida, antes de besarse o de follar se habla, pero no de besarse ni de follar, de modo que cualquier cosa que se dice antes de besarse cobra doble sentido. Eso es lo delicioso de estas escenas y de nuestros propios recuerdos amorosos. ¿Qué dijo?, ¿qué dije?, qué simpático todo. En 'Fucking Amal', las dos adolescentes protagonistas se suben a un coche con un desconocido. “¿Qué coño estamos haciendo? Estamos totalmente locas.” “Ya lo sé”. “Pero estamos de puta madre”. Y es ahí cuando se besan por primera vez.
Lo literal y el sexo no se llevan bien, por eso existen los poemas de amor: hay muchas cosas que no decir.
De hecho, si preguntas a alguien si puedes besarlo, normalmente es que no puedes. Toda nuestra adolescencia ha sido saber cuándo se puede besar a alguien, y seguramente no hemos acabado de aprenderlo.
Carmen Calvo reduce todo este cosquilleo a sí y no. Sí quiero besarte, sí quiero acostarme contigo, sí quiero hacer sexo anal. O no quiero. Muy fácil. Pero irreal.
"¿Subes a follar?"
Primero, porque en esta visión rudimentaria del sexo no tiene sitio el pudor, que es el principal motivo de que muchas veces nuestras palabras contradigan a nuestro cuerpo. Ya dijo Max Frisch la frase fundamental sobre el sexo: “Los cuerpos son honrados”. Creo que habría mucha menos gente que habría practicado todo lo sexualmente practicable (sexo oral, tríos, etc.) si antes le hubieran preguntado si quería hacerlo. Ni siquiera dentro de una pareja con años de sexo se dice abiertamente: “¿quieres hacerlo?” cada vez que a alguien le apetece. El sexo aún no forma parte de la intendencia doméstica, amigos.
El modelo sí/no también excluye por completo el coqueteo, que según la RAE es “dar señales sin comprometerse”. Coquetear, tontear, atreverse a la ambigüedad es lo que hace que la vida no sea toda ella una gran intendencia doméstica. Hoy toca bajar la basura y follar, Alberto.
La relación del lenguaje con el sexo, por tanto, es endiabladamente rica e imprecisa, y normalmente llena de sobrentendidos. Se dice: “¿Subes a tomar una copa?” y no: “¿Subes a follar?” Todos entendemos que ser invitado a las 3 de la mañana a subir a tomar una copa a la casa de alguien con el que llevas toda la noche charlando está muy cerca de ser invitado a tener sexo, pero el hecho de que eso no se explicite es justamente lo que salvaguarda la posibilidad de decir siempre y en cualquier momento que no.
Si ese “sí” distópico que anuncia la ministra se propagara, y pasaran varias décadas de síes y noes judicialmente vinculantes, al final los hombres simplemente preguntarían a una chica si quiere acostarse con ellos, y, si es que no, pasarían a preguntárselo a otra. Lo que hoy es incorrecto, dejaría de serlo, pues todo ligoteo, rodeo, vienes mucho por aquí, bonito jersey, qué tal está ese libro, a mí también me gusta la cerveza artesanal, resultaría una pérdida de tiempo, si al final la cosa va de preguntar y recibir la acreditación.
Pero lo más curioso de todo es cómo, subrepticiamente, esta propuesta penal recupera la retrógada idea de que son los hombres los que quieren sexo, los que lo buscan, lo proponen y lo consiguen o no si las mujeres les dejan. Es decir, Carmen Calvo considera que los hombres follan y las mujeres sólo consienten, que es como decir que a las mujeres no les gusta el sexo. Pero ¿por qué una mujer debe esperar a que un hombre le pregunte si quiere hacer lo que ella ya sabe que quiere hacer?
Fuente e imagen: ElConfidencial
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