I. La primera ola.
En muchos países de América Latina se vive actualmente una primera ola de rechazo en contra de Uber y las demás plataformas virtuales que ofrecen un servicio privado de transporte.
Rechazo que no proviene de los consumidores, sino de los que han cartelizado ese mercado.
Es fácil de suponer que los grupos que por años han gozado de un mercado cautivo, pidan a gritos y algunas veces de manera violenta, que se expulse abiertamente a cualquier competidor.
Esta primera ola de rechazo se caracteriza por la lucha frontal en contra de un nuevo actor. Sin embargo, se asoma ya una segunda ola, que viene a ser mucho más peligrosa para los consumidores.
Muchos de estos grupos ahora pretenden no oponerse de manera tajante y frontal a la existencia de este tipo de empresas.
Sin embargo, piden la “legalización” y la “supervisión” de Uber y cualquier otra empresa. Para que operen según las “reglas de los demás” y para que no exista una competencia “desleal”.
Es lo que se ha conocido como el intento de “taxificar” a Uber, es decir, convertir a estas empresas no tradicionales de transporte privado en compañías tradicionales de taxis.
Se le ha dado este nombre a las empresas que ponen a clientes y a oferentes en contacto directo. En español este concepto de “gig economy” se ha traducido como la nueva “economía colaborativa”.
Siempre han existido las personas que ofrecen un servicio cualquiera; pero antes necesitaban generalmente un intermediario para que ambas partes se contactaran directamente.
Y en algunos casos necesitaban además de una licencia o permiso oficial del gobierno local, provincial o nacional para ofrecer sus servicios. Pero gracias a la tecnología ya no es necesario.
Simplemente ahora ambas partes se puedan contactar directamente gracias a una “app”, sin necesidad de un intermediario, ni de un permiso gubernamental.
Así han surgido infinidad de empresas como Heal – el Uber de los médicos -, Neatso – el Uber de la limpieza de casas -, Redenvu – el Uber de los servicio de “escort” -, etc.
III. El valor de la “economía colaborativa”.
Lo que ha hecho la “economía colaborativa” es aumentar el poder del consumidor. Porque ya no se necesita de ningún intermediario, menos del burócrata gubernamental para llegar a un acuerdo entre el productor y el consumidor.
Este aumento del poder del consumidor de un servicio, lleva a una reducción directamente proporcional del poder del gobernante. Es por esta razón que los estatistas piden “regular” y “legalizar” esta nueva figura.
IV. La segunda ola.
Esta segunda ola de choque en contra de empresas como Uber, Cabify y Lyft es mucho más peligrosa que la anterior, porque lo que hacen siempre la “regulación” y la “supervisión” es convertir a Uber, Cabify, Lyft, etc, en empresas tradicionales.
Que sean dueñas de vehículos y que tengan una nómina de choferes. Que paguen y obtengan las mismas licencias y autorizaciones para operar. Que se ajusten a los mismos requisitos y regulaciones que afectan a los demás productores.
Que paguen un salario mínimo, que paguen las vacaciones y los “derechos sociales” de sus “trabajadores”. Y desde luego que admitan la regulación de sus precios y de sus productos.
Esto es la “taxificación” de Uber.
En verdad esto viene a ser la destrucción de un modelo de negocios y la destrucción de la “economía colaborativa” para regresar a un viejo esquema.
V. ¿Defender a Uber o defender la libertad?
Sin embargo, existe un peligro aún mayor. Ya que una empresa como Uber – en cualquier momento -, puede aceptar su “captura” y aceptar su “regulación y “legalización”.
Para así operar con las reglas impuestas por el gobernante de turno, que usualmente consisten en un control de precios, salarios mínimos, regulación de la oferta, pago de “derechos sociales”, etc. etc.
Lo que se debe defender siempre es la libertad, no la “regulación” y “supervisión” de Uber o de las demás empresas. Se debe luchar para que no existan barreras de entrada. Para que no existan controles de precios, jornadas laborales o de salarios.
Para que se deroguen las “regulaciones” y “autorizaciones” – o estas sean mínimas. Y para que los consumidores puedan escoger libremente a quién desean comprarle un servicio de transporte.
Uber y las demás empresas funcionan muy bien ya. No necesitan de ninguna “regulación”, menos de su “legalización”.
Todos estos servicios se autoregulan mediante la información instantánea que sus usuarios envían. ¡Es una autorregulación que viaja a la velocidad de la luz!
Además, la autoregulación es totalmente descentralizada, al contrario de una regulación estatal que sería mucho más costosa, ineficiente, lenta y hasta corruptible. Y es necesario desmitificar al Estado, ya que este no regula de manera perfecta y sus errores son muy numerosos y costosos en muchos campos.
Es preferible una autorregulación descentralizada, de múltiples usuarios privados, a una regulación centralizada desde una oficina de burócratas que “trabajan” de 8 am a 4 pm desde la metrópoli.
Lo que sí es necesario es que el gobernante deje de perseguir a los usuarios de Uber (sean conductores o pasajeros) como delincuentes. Y para esto no se necesita más que reconocer que el hombre es libre para trabajar y libre para transportarse mientras no agreda la vida, la libertad o la propiedad de otro.
VI. Los grandes siempre aceptan la “regulación”.
Si algo ha demostrado la historia es que las empresas más grandes generalmente buscan el favor del gobernante en muchos casos. Y además están anuentes a recibir una prebenda o privilegio. Usualmente la mejor forma de conseguirlo es aceptado la “regulación y supervisión” del mercado.
Es mucho más fácil para el pez grande cumplir con las “regulaciones”, las “autorizaciones” y los controles de precios. Y es mucho más difícil para un pequeño competidor pagar los “salarios mínimos”, costear los “derechos sociales” de sus empleados y cumplir cabalmente con cada una de las “regulaciones” y “autorizaciones” impuestas.
Siempre el más grande aceptará la “regulación” y la “supervisión” estatal, porque sabe que se convierten en barreras de entrada para los nuevos competidores que ven en extremo difícil cumplirlas.
Y usualmente los nuevos competidores siempre son los más pequeños en relación con los que ya operan en el mercado.
Las grandes empresas saben, que al ser más difícil para los nuevos competidores entrar al mercado, estas podrán absorber una mayor cuota de mercado sin que necesariamente ofrezcan una mejor forma de satisfacer al consumidor.
Simplemente al reducir la cantidad de empresas que pueden entrar debido a la “regulación” estatal, habrá una menor competencia para los que ya operan en el mercado.
Esta menor competencia produce dos efectos distintos: (1) obviamente hace más ligera la carga para las empresas grandes, (2) reduce el poder del consumidor y desde luego aumenta el poder del gobernante.
VII. ¿Uber acepta la regulación?
No es de extrañar que Uber ya haya aceptado la “regulación” de su modelo de negocios. Y que muchos colectivistas aplaudan de pie un acuerdo entre Uber y el gobernante de turno.
Y que todo se presente como un logro para conservar la “paz social” ante el “peligro” que significa dejar por la libre a un mercado. Ya pasó en México, cuando Uber y Cabify aceptaron la “regulación” de sus actividades y los nuevos impuestos al transporte privado.
No solo lo aceptaron, sino que lo tomaron como un ejemplo para el resto de los países. (Fuente: universal.com.mx 17/07/15) Pero el fin último no es defender la “regulación” o la “legalización” de Uber. De lo que se trata es que haya mayor libertad para el consumidor y que cualquiera pueda entrar a competir en un mercado.
Nadie tiene el derecho a orquestar la vida de los demás. Nadie tiene el derecho a obligarnos a usar o a consumir este y no otro producto o servicio. Un mercado verdaderamente libre nos permite ser nuestro propio dueño, en lugar de ser siervos de un planificador central.
La libertad de consumir o producir lo que mejor consideremos oportuno es una de la fuerzas vitales que le permite al hombre sustentar y mejorar su vida. No solo es la forma más racional de convivir con los demás, es la única manera de vivir en Libertad.
Fuente: insititutolibertad.org
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